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El Cosmopolitan, ¿es rojo?

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Ejemplar nuevo. New. Idioma español. Prólogo de Esperanza Aguirre. Ilustrado. Si hay momentos en los que uno siente que deja de ser dueño de las riendas de su propia vida, uno de esos momentos fue el que viví en el Hotel Oberoi de Bombay la noche del 26 de noviembre de 2008. Allí, desde que sonó la primera ráfaga de ametralladora y me vi arrollada por los camareros y empleados del hotel que huían despavoridos de los lugares donde los terroristas habían empezado a asesinar a todos los que encontraban a su paso, hasta que el avión de Swissair al que conseguimos llegar despegó del aeropuerto de Bombay cuatro o cinco horas después, tuve la sensación de que mi vida y la de los que me acompañaban estaba en manos de lo que los antiguos griegos llamaban el destino, y los creyentes llamamos hoy la Providencia. Y hay que reconocer que la Providencia, en este caso, quiso ser especialmente generosa con nosotros porque, cuanto más pienso en lo que allí ocurrió, más me admira que todos los españoles que nos vimos envueltos en aquellos atentados saliéramos ilesos

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Categoría:
  • Autor: Narciso De Foxá
  • Estado del Libro: Nuevo
  • Tipo de Encuadernación: Tapa dura
  • Idioma: Español
  • Editor: Pigmalión
  • Año de Publicación: 2012
  • Sitio de Publicación: Madrid
  • Dinensión: 21x15 - 158 pp.

Descripción

Ejemplar nuevo. New. Idioma español. Prólogo de Esperanza Aguirre. Ilustrado. Si hay momentos en los que uno siente que deja de ser dueño de las riendas de su propia vida, uno de esos momentos fue el que viví en el Hotel Oberoi de Bombay la noche del 26 de noviembre de 2008. Allí, desde que sonó la primera ráfaga de ametralladora y me vi arrollada por los camareros y empleados del hotel que huían despavoridos de los lugares donde los terroristas habían empezado a asesinar a todos los que encontraban a su paso, hasta que el avión de Swissair al que conseguimos llegar despegó del aeropuerto de Bombay cuatro o cinco horas después, tuve la sensación de que mi vida y la de los que me acompañaban estaba en manos de lo que los antiguos griegos llamaban el destino, y los creyentes llamamos hoy la Providencia. Y hay que reconocer que la Providencia, en este caso, quiso ser especialmente generosa con nosotros porque, cuanto más pienso en lo que allí ocurrió, más me admira que todos los españoles que nos vimos envueltos en aquellos atentados saliéramos ilesos

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